jueves, 23 de octubre de 2014

SEVILLA Y LAS CRUCES DE CALATRAVA (20: …Y PARA ESCENIFICAR LA FE)

En Sevilla, los primeros autos de fe generales, en las gradas de la Catedral, a lo largo de la Biblioteca Colombina, fueron sobrios y austeros,1 pero el inquisidor general y arzobispo de Sevilla Fernando de Valdés se empeñó en que estas manifestaciones de poderío inquisitorial tuvieran especial solemnidad y magnificencia,2  y ya para el auto de fe de 1559 la ciudad cedió su plaza mayor para que el espectáculo fuera “más glorioso” y “más horroroso a los infieles su castigo”.3 Realmente, el propósito de la Inquisición no era salvar almas, sino extirpar la herejía “para edificación de todos y también para dar miedo”.4

Arquillo del Ayuntamiento, antiguo pórtico de acceso
al convento Casa Grande de San Francisco,
con el emblema de las Cinco Llagas duplicado
La fe imperaba en las conciencias y en el aparato. Cada auto, inspirado por Dios, daba sentido al “tiempo de la fe”, los días en los que el “tribunal de la fe” se adueñaba de la ciudad, que era marco de la potente afirmación de una sociedad jerarquizada y sin fisuras. Era la fe la que aglutinaba el sistema. Y, con la fe por bandera, los autos eran simulacros del Juicio Final, pero, sin defecto de ello, o tal vez por ello, eran ocasión de ostentación eclesial y aristocrática, como se evidencia en el de 1560, en que estuvieron presentes los obispos de Tarazona y Canarias y una selecta representación de la nobleza, destacando la duquesa de Béjar con su hijo el marqués de Gibraleón, y otros ilustres invitados, entre los que estaba el conde de Gelves. Es curioso, porque este conde, bisnieto de Colón, patrocinaba la tertulia humanista de Juan de Mal Lara, quien tendría un tropiezo con la Inquisición el año siguiente.5

Además, para que la afición no decayera, se buscaba que los autos de fe generales tuvieran variedad. Baste un ejemplo: en el de 1579 había un esclavo negro blasfemo, un artillero inglés, un morisco renegado, una histérica que veía al demonio, varios bígamos, algunos fornicadores y, por supuesto, varios judaizantes. Y el único relajado al brazo secular –es decir a la hoguera– fue un protestante flamenco que quemaba estampas de santos.6

En el siglo XVI había un auto de fe general cada año, aunque en algunos años hubo dos, y en cambio a veces había dos o tres años entre un auto y otro. En cambio, en el siglo XVII ya solo se celebraron cuatro autos generales. Se buscó que coincidieran con alguna festividad o, al menos, con un domingo, como el de 1648. Los de 1604 y 1624 fueron el día de San Andrés y el de 1660, el último que se celebró en Sevilla, con una “majestuosa asistencia”, fue el día de San Hermenegildo.7

En los mejores tiempos del Santo Oficio, en la plaza de San Francisco se montaban un tablado central y dos graderíos o teatros. En el centro del tablado estaba el altar, iluminado con cuatro haces de luz y presidido por la cruz verde de la fe, que en ocasiones fue la misma cruz parroquial de Santa Ana.8

Auto de Fe en la plaza de San Francisco de Sevilla en 1660 (fragmento), atribuido a Francisco Herrera el Mozo.
Colección particular. Iglesia de la Magdalena
El teatro de las autoridades, adosado al edificio de las casas capitulares, aprovechando los balcones y los siete arcos de arquitectura corintia, en los que se instalaba además una tarima de tres gradas, era el lugar reservado para los inquisidores y principales autoridades. El sitio de honor era para el inquisidor de más alto rango. Cuando el arzobispo de Sevilla era también inquisidor general no había problema, pero sí se planteaba un conflicto cuando, no siendo así, el arzobispo quería asistir.9

El teatro de enfrente, “media piña de gradas” o “media naranja”, era el de los reos, sentados según la gravedad de las penas en una pirámide penal, donde la cúspide era la de los destinados a convertirse en cenizas. También tenían su sitio en él las “efigies” de los fallecidos y los escapados.10

Este recinto, en el que entraban perfectamente dos mil espectadores de pie, tenía dos puertas: una a Génova (actual avenida de la Constitución), por donde entraba la procesión, y otra a Sierpes. Los familiares de la Inquisición controlaban los accesos, y había que mostrarles la invitación. En la plaza entraban también los soldados y sus monturas, y aun había espacio para aparcamiento de carruajes. El protocolo era muy estricto. La Inquisición incluso distribuía las plazas de los balcones y ventanas de la plaza que, por supuesto, estaban engalanados con colgaduras.11

A una señal de campanita de plata, el orden del día se iniciaba con el juramento de las autoridades, en pie y con la mano derecha levantada formando con los dedos la señal de la cruz.12 Se celebraba la misa de la fe, con el muy importante y tremendo sermón de la fe desde un púlpito, en el que el predicador buscaba las referencias y argumentaciones más concluyentes. En 1529, el tema del sermón fue un texto del Cantar de los Cantares que estaba también reproducido a las puertas del castillo de San Jorge: “Cazadnos las raposas, las raposas pequeñas, que estropean la viña”.13

Plaza de San Francisco. Fotografía de Alphonse de Launay,
realizada en 1851.
En el centro, se distingue perfectamente la primera cruz de la Inquisición.
A la izquierda se aprecia la puerta de Tintores del
convento Casa Grande de San Francisco,
que daba a la calle Tintores, actual Joaquín Guichot.
A la derecha se encuentra la galería de siete arcos que realizó Hernán Ruiz,
ante los que se montaba el teatro.
Se cantaba el salmo Miserere mei Deus. Luego, desde el púlpito se leían las causas de los condenados, contenidas en pequeñas arcas de ébano, marfil y oro. El alcaide de las “cárceles del secreto” conducía a cada reo al pedestal correspondiente a su lado para que oyera la sentencia, y luego lo devolvía a su asiento. La lectura de causas y sentencias era un punto un tanto tedioso, pero su contenido era el elemento fundamental de un evento diseñado para escenificar la pronunciación pública de los veredictos. En algún caso, la lectura de una causa, incluida la correspondiente sentencia, ocupó tres horas.14

Se ofrecía a los reos la posibilidad de abjurar de sus errores en el mismo acto. Incluso un reo condenado podía reconocer públicamente que había pecado y que se arrepentía, y entonces, si tenía suerte y los inquisidores consideraban sincero el arrepentimiento, lo estrangularían y quemarían su cadáver. En todo caso, los inquisidores solicitaban a los verdugos civiles el empleo de la misericordia en la ejecución, lo que en la práctica, seguramente, no significaría gran cosa. Los curas eran despojados de sus vestimentas eclesiásticas y se les raía con una cuchilla las manos, labios y tonsura.15

A la hora de la comida, se accedía a las estancias preparadas bajo las gradas, en las que se daba un suculento almuerzo, para lo que se contaba con la colaboración económica de comisarios y familiares. Y a primera hora de la tarde (excepto en verano) se iniciaba la procesión hacia el quemadero.16 Ya hablaremos de ello.

Quedémonos de momento en la plaza, donde proseguía el auto de fe con la lectura de las causas de los condenados a penas menores, y también de los que resultaban absueltos. En caso de absolución, los reos subían al arco central de la galería para recibir allí su penitencia, para lo cual existía un manojo de varitas de mimbre blanco.17

Cruz de la Inquisición
junto al Ayuntamiento
Estaba previsto el reparto de hachas de cera si caía la noche antes de finalizar, lo cual no era raro. En la misa de clausura, dos sacerdotes con varas doradas quitaban el velo de la cruz verde de la fe, y otros hacían lo propio con la cruz parroquial de Santa Ana y el estandarte. Seguidamente se hacía una señal luminosa para que empezara el repique de campanas de la Giralda. Y al mismo tiempo se lanzaban salvas por la compañía que montaba guardia junto a la plaza y por la artillería instalada a la entrada del puente. La misa podía terminar a las nueve de la noche. Tras ella, los reos, que la habían oído de rodillas con las velas encendidas, besaban la mano del celebrante y ofrecían sus velas.18

De inmediato, mientras la plaza era un ascua de luces, se organizaba la procesión que volvía al castillo por el mismo itinerario de ida, con los inquisidores en sus coches y, cerrando el desfile, los soldados.19 El itinerario aparecía profusamente iluminado, como prácticamente toda la ciudad, “simbolizando la luz de la verdadera fe que ardía en los pechos de los sevillanos, y para seguridad”.20 Al día siguiente al auto de fe, la Cruz Verde regresaba a su lugar de origen.21

La plaza de San Francisco guarda un recuerdo, aunque indirecto, de los autos de fe. En 1703, con ocasión del que se celebró con carácter particular en el convento Casa Grande de San Francisco, se instaló una cruz fija, lisa, de estilo dieciochoesco, en el rincón junto a la entrada.22

A mediados del siglo XIX se comenzó a derribar el convento franciscano. Su pórtico de acceso, con las cinco llagas del emblema franciscano, ha permanecido como un arquillo junto a la puerta de entrada a la sala capitular del edificio del Ayuntamiento.

Cruz de la casa Guardiola
Entre 1861 y 1862 la primera cruz de la Inquisición fue sustituida por otra con cabezas de angelitos.23 En 1903 se decidió cambiar esta segunda cruz por una tercera, y en 1905, la cruz de los angelitos fue vendida a Andrés Parladé Heredia, conde de Aguiar, malagueño afincado en Sevilla, hombre del Renacimiento, afamado pintor costumbrista, académico de Santa Isabel de Hungría y director de excavaciones arqueológicas en Itálica, abogado y senador. El neo-plateresco palacio de Parladé, comenzado a construirse en 1890 en la Puerta de Jerez, es hoy la casa de Guardiola.24 Y allí está la segunda cruz. La tercera permanece en la plaza de San Francisco, cerca del arquillo, ante la sala de Fieles Ejecutores.



1. Pérez, Joseph. Breve Historia de la Inquisición en España
2. Kamen, Henry. La Inquisición Española. Una revisión histórica
3. AHN, Inquisición, libro 498, citado por González de Caldas, Victoria ¿Judíos o cristianos?: el proceso de fe Sancta Inquisitio
4. Peña Francisco. Comentario del Manual del Inquisidor de Nicholas Eymerich
5. Fernández Campos, Gabino. Reforma y contrarreforma en Andalucía. Sánchez y Escribano, F. Juan de Mal Lara: su vida y sus obras
6. Eslava Galán, Juan. Historias de la Inquisición
7. Biblioteca Colombina 55-5-26, citado por González de Caldas, Victoria, ob.cit.
8. AHN, Inquisición, citado por Maqueda Abreu Consuelo. El auto de Fe
9. Ibíd. 8
10. Ibíd. 7
11. González de Caldas, Victoria, ob.cit.
12. Amézaga, Elías. Auto de Fe en la Inquisición de Valladolid, citado por Maqueda Abreu, Consuelo, ob.cit.
13. Cantar de los Cantares, 2-15. Fernández Campos, Gabino. Ob.cit. Se recomienda leer el capítulo 7 de la serie de este blog Sevilla salomónica, titulado El oro y la plata, la reverencia de los reyes y el humanismo imperial, todo para la gran reina.
14. Ibíd. 6, 7 y 11
15. Ibíd. 7
16. Ibíd. 6 y 11
17. Ibíd. 11
18. Ibíd. 11
19. Ibíd. 6 y 11
20. Ibíd. 7
21. El Auto de fe (www.gabrielbernat.es)
22. Domínguez Arjona, Julio. La cruz de la Inquisición (www.galeon.com)
23. Fotos antiguas de Sevilla: Plaza de San Francisco y Ayuntamiento. 1833-1868, Reinado de Isabel II (www.genova-cafebar.es). También láminas de Charles Clifford (www.alhambra-patronato.es)
24. Vázquez Consuegra, Guillermo. Sevilla cien edificios


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