lunes, 7 de abril de 2014

SEVILLA SALOMÓNICA (14: …PARA VER EL RESPLANDOR TRASCENDENTAL EN EL APOCALIPSIS…)

Se celebraron espectaculares procesiones en Sevilla. Incluso la cofradía de la Concepción del reticente convento dominico de Regina celebró en 1616 una brillante procesión, en la que participaron “los hijos que llaman del padre Bernardo del Toro” que “salieron en forma de congregación”.1

Inmaculada con el retrato de
Mateo Vázquez de Leca 
de Francisco Pacheco.
Colección del marqués de la Reunión
González Polvillo, Antonio, op.cit.
El arzobispo de Sevilla, Pedro de Castro, mandó al arcediano, Mateo Vázquez de Leca, y al cabeza de la Congregación de la Granada, Bernardo de Toro, en comisión a Madrid, de donde fueron a Roma, ya como embajadores de Felipe III. En 1617, Pablo V, que seguía sin querer enfrentarse a los dominicos, otorgó un Breve favorable con la decisión salomónica de permitir las prédicas tanto a maculistas como a inmaculistas, prohibiendo que cada parte censurara a la contraria.2 Vázquez de Leca volvió para dar la noticia. Se desató la fiesta general en Sevilla, pese a la consigna papal de evitar celebraciones. La gente gritaba por las calles: “¡Sin pecado original!”. Hasta se escenificó un negro pecado original en la calle Colcheros (hoy Tetuán).3

En 1617, el jesuita Juan de Pineda juró defender la tesis inmaculista y todos los presentes en su misa juraron con él. Eran años prósperos para la Compañía de Jesús. Entre 1619 y 1620 se abrieron dos colegios jesuitas en ambos extremos de la calle de la Garbancera, junto a la Alameda: el colegio de los Irlandeses o Chiquitos al principio (donde está hoy el cine Alameda) y el dedicado expresamente a la Inmaculada Concepción, también llamado de las Becas (o de las “becas coloradas”), en la calle hoy llamada Becas.4

Por las mismas fechas se fundó en Santa Ana la hermandad de la Purísima Virgen María, que tras varias fusiones está hoy integrada en la de la Esperanza de Triana, con la Pura y Limpia Concepción de María Santísima como titular. La devoción ha inspirado el nombre de la calle Pureza, la antigua calle Larga de Triana.

Estatua de Martínez Montañés en la
plaza del Salvador
Uno de los “seis del particular espíritu” de Hernando de Mata en la Congregación de la Granada era el gran Montañés, figura artística principal del entusiasmo inmaculista de la primera mitad del siglo XVII.

Juan Martínez Montañés (donde “Montañés” parece ser apelativo de su origen, como fue antes el caso de Montano…) había nacido en Alcalá la Real en 1568 y sobre 1582 habría venido a Sevilla desde Granada –como el arzobispo–, afincándose definitivamente en nuestra ciudad y llegando a colaborar en el túmulo de Felipe II. Aquí queda la mayor parte de la importante obra de este hermano del Dulce Nombre, el padre de la escuela sevillana de imaginería llamado el “Lisipo andaluz” y el “Dios de la madera”; aquí están el Cristo de los Cálices –por encargo de Vázquez de Leca–, el Niño Jesús del Sagrario, el Señor de la Pasión, retablos como el de San Isidoro del Campo, el de Santa Clara, el de San Leandro… y, por supuesto, el de la capilla de alabastro de la Concepción de la Catedral sevillana, con la Inmaculada “Cieguecita” como imagen central, siguiendo el modelo de Francisco Pacheco, el suegro de Velázquez, en su Tratado del arte de la pintura. El joven Velázquez también pintó su Inmaculada.

Inmaculada con el retrato de Bernardo de Toro
de Francisco Pacheco.
Colección de don Miguel Granados
González Polvillo, Antonio, op.cit.
Tal vez Pacheco fuera también congregante. Además de policromar muchas obras de Montañés, empezando por el Cristo de los Cálices, retrató, por separado, con la Inmaculada, a Cid, a Toro y a Vázquez de Leca.5 Era costumbre, porque Roelas había pintado a la Inmaculada con Hernando de Mata. Pero la iconografía apocalíptica no estaba aún madura.

La Congregación alcanzó repercusión universal. La misma Inquisición que había reprimido la reforma luterana no pudo con la reforma inmaculista. De las dos opciones que nacieron en Lebrija, una perdió y la otra ganó. Pero, en 1632, tras morir el arzobispo Castro, se destapó este foco sevillano de reformistas que era la Congregación de la Granada. Lógicamente, la dominica Inquisición los persiguió duramente, por alumbrados y, de camino, por inmaculistas, porque el Santo Oficio no podía consentir que nadie interpretara las Sagradas Escrituras. Bernardo de Toro falleció en Roma en 1643 y parece que ahí acabó la historia de la Congregación de la Granada tras un siglo de existencia.6

Decayó la euforia inmaculista institucional, pero el fervor popular siguió muy vivo. El tema de la Inmaculada Concepción no estaba resuelto en la Iglesia. En 1644, una decretal de los dominicos del Santo Oficio de Roma autorizó que se llamara “inmaculada” a la Virgen, pero no a su concepción. No se publicó la decretal, pero los dominicos censuraron libros sobre el tema. Cuando la noticia de la decretal romana llegó a Sevilla, el cabildo colgó un cuadro de la Inmaculada de Murillo con la inscripción “Concebida sin pecado” y la ciudad pidió la intervención del rey ante el papa.

En 1649 ocurrió en Sevilla un episodio determinante para su historia: después de una primavera tremendamente lluviosa, que provocó inundaciones de barrios enteros, la ciudad se vio afectada por la terrible epidemia de la peste bubónica africana. La plaga afectó sobre todo a las parroquias pobres, como la Macarena o Triana. La gente se agolpaba ante el Hospital de las Cinco Llagas. En cuatro meses murieron unas 60.000 personas, casi la mitad de la población,7 y se improvisaron cementerios, llamados “carneros”, en las afueras de las murallas, rodeando la ciudad. En Madrid se prohibió que entraran personas o bienes procedentes de Sevilla. Y en medio de la gran desgracia, murió de peste Montañés con 81 años, siendo enterrado en la desaparecida iglesia de la Magdalena.

Tras la epidemia, aunque la caridad fue paliativo de la miseria y de la injusticia, la ciudad tardó en recuperarse de la apocalíptica experiencia. Floreció la devoción a la Buena Muerte y al Buen Fin. Y, en salomónico contraste, vendrían también los seises, cuando en 1654 se decidió que cantaran sus cánticos y bailaran sus bailes también para la Inmaculada.

En 1656, el alcalde y otros miembros de la junta de la hermandad de los Negros, para sufragar gastos de una fiesta de desagravio a la Inmaculada, se vendieron como esclavos al pie de la cruz de madera en la calle de los Catalanes, hoy Albareda, junto a la plaza de San Francisco, en el lugar desde entonces llamado “Cruz del Negro”. Los nazarenos del Cristo de la Fundación –de canastilla con salomónicas columnas de caoba– y de la Virgen de los Ángeles llevan hoy con legítimo orgullo el escapulario azul sobre su túnica blanca.

Estatua de Murillo en el
monumento a la Inmaculada
Concepción, en la plaza del Triunfo
En su ánimo de recobrarse, o tal vez de redimirse, la ciudad se identificó en la iconografía de la Inmaculada Concepción generada por Murillo, el artista que supo retratar el esplendor de María, triunfante y radiante en el Apocalipsis.

El último libro de la Biblia narra cómo aparece en el cielo una mujer “revestida de sol, con la luna bajo sus pies y con corona de doce estrellas sobre la cabeza”.8 Ya, en la visión de Juan, el Cordero había abierto el libro de los siete sellos, empezando por los cuatro primeros mientras aparecían los cuatro jinetes: la victoria, la guerra, el hambre y la muerte. Ya habían sonado las trompetas… Y entonces apareció la mujer, encinta, con dolores de parto y angustias por dar a luz. Satanás, dragón de color de fuego, de siete cabezas y diez cuernos, quiso devorar al fruto del vientre de la mujer, pero Miguel, el ángel, lo evitó. El dragón vencido persiguió a la mujer con la intención de acosar a su descendencia. Luego vino la gran bestia de siete cabezas y diez cuernos, cuyo número, 666, sería la marca necesaria para que cualquiera, rico o pobre, pudiera “comprar o vender”, y otra bestia, con apariencia de cordero, ejecutaba sus mandatos. Vino entonces el Cordero sobre el monte Sion, con los ciento cuarenta y cuatro mil rescatados. Vinieron los ángeles y el Hijo del hombre, y vino Babilonia, la gran prostituta (me resisto a escribirlo como lo pienso y como ha quedado en la sabiduría popular), montada en un dragón escarlata, también con siete cabezas y diez cuernos. Y, tras la caída de Babilonia y la exterminación de las bestias, Satanás sería encerrado por un milenio, pasado el cual será liberado y vencido definitivamente. Será entonces la hora del juicio final y de la Jerusalén celeste, con el trono de Dios y del Cordero.9

Importante papel el de la mujer apocalíptica, la gran madre, la reina del cielo.

Como reina del cielo adoraban los fenicios a Astarté,10 e incluso le rindió culto Salomón, el más sabio entre los hombres, con la consiguiente ira de Dios.11 Cuenta la leyenda que Astarté, perseguida por el fenicio Melkart (Hércules para los amigos), se refugió en la orilla derecha del río ¡y fundó Triana! Hércules remontó el río por amor, se estableció en la orilla izquierda y fundó Spal, según lo cual se equivocó de orilla en cuanto a sus pretensiones amorosas. Astarté, adorada en Tartessos y, asociada a Venus, fue llamada “Estrella de la mañana”.12 Graciosísimo.

Inmaculada Concepción
de Bartolome Esteban
Murillo.
Museo del Prado. Madrid
Bartolomé Esteban Murillo, el pintor sevillano que habría perdido al menos a un hijo con la peste, el hombre piadoso que ingresaría salomónicamente en la cofradía de la devoción dominica del Rosario y en la Orden Tercera de San Francisco; la buena persona que pintaría cuadros para la hermandad de la Caridad porque así se lo pidió Miguel Mañara, padrino de dos de sus hijos, pintó a la reina celestial grácilmente encinta, sobre la luna, con una sutil radiación plateada tras su cabeza, vestida de blanco y azul y asistida por angelitos en un cielo de oro, inundado de sol. 

Por Sevilla habían pasado los cuatro jinetes del Apocalipsis: el de la victoria y el de la guerra, en el Imperio; el del hambre, con el declive; el de la muerte, con la pestilencia.

Y Murillo, intérprete de la sensibilidad de esta tierra, que retrató con ternura la penuria sevillana, pintó cerca de veinte Inmaculadas, las Inmaculadas de Murillo, que conformarían, ya para siempre, la apocalíptica iconografía inmaculista universal.

En 1661, la insistencia sevillana en defensa del misterio dio sus frutos con el papa Alejandro VII, que proclamó la antigüedad de la pía creencia y admitió la fiesta, en su bula Sollicitudo omnium ecclesiarum. Para celebrarlo, se remodeló la iglesia de Santa María la Blanca a expensas de Justino de Neve, con cuadros de Murillo y con columnas salomónicas…



1. Hazañas y la Rúa, Joaquín.Vázquez de Leca, 1573-1649 citado por Sanz, María Jesús en Fiestas sevillanas de la Inmaculada Concepción en el siglo XVII
2. Huerga Teruelo, Álvaro. Historia de los Alumbrados (1570-1630). IV: Los Alumbrados de Sevilla (1605-1630)
3. Ros, Carlos. La Inmaculada
4. Madrazo, Pedro de. Sevilla y Cádiz
5. González Polvillo, Antonio. La Congregación de la Granada, el Inmaculismo sevillano y los retratos realizados por Francisco Pacheco de tres de sus principales protagonistas: Miguel Cid, Bernardo de Toro y Mateo Vázquez de Leca
6. Ibid. 5
7. Domínguez Ortiz, Antonio. Historia de Sevilla. La Sevilla del siglo XVII
8. Apocalipsis 12
9. Apocalipsis 6-22
10. Jeremías 7, 17-19
11. 1 Reyes 11.5
12. Lauriño, Manuel. Visión mitológica de Triana


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