viernes, 7 de febrero de 2014

SEVILLA SALOMÓNICA (6: DESDE SEVILLA A JERUSALÉN… Y AL CIELO)

Cuando se descubrió América, Fadrique Enríquez de Ribera tenía dieciséis años y ya había participado en la conquista de Granada, como caballero de la Orden de Santiago.

Con sus padres se unieron dos linajes de gran peso en el gobierno de Sevilla. Su padre era el adelantado mayor Pedro Enríquez, tataranieto de Alfonso XI y de su amante sevillana Leonor de Guzmán, padres también del que sería el primer rey de la casa de Trastámara, Enrique II; Pedro, además, era tío de Fernando el Católico. Su madre era Catalina de Ribera, descendiente del refundador de la Cartuja de Santa María de las Cuevas, Per Afán de Ribera “el Viejo”, y también, por otro lado, del marqués de Santillana, además de sobrina del cardenal Pedro González de Mendoza.1

Fadrique fue comendador de Santiago en Beas y Guadalcanal, renunciando a los fondos de esta última a favor del rescate de cautivos.2 Su madre murió en 1505 (su padre ya había fallecido al regreso de la conquista de Granada), dejándole en herencia entre otros bienes la villa de El Coronil, la Huerta del Rey y la casa de San Esteban, que había sido confiscada por la Inquisición a un judío converso condenado y relajado llamado Pedro Ejecutor.3

En 1511, Fadrique fue nombrado VI adelantado mayor de Andalucía tras la muerte de su hermano mayor Francisco, hijo del primer matrimonio de su padre. Y en 1514 fue primer marqués de Tarifa por concesión de la reina Juana.4

En 1518, en un viaje un tanto insólito a Tierra Santa, movido por su espíritu peregrino y por su afán de conocimiento, Fadrique partió de Bornos y visitó Tortosa, Montserrat, el sur de Francia y varias ciudades italianas, zarpando de Venecia con algún acompañamiento personal y con el poeta Juan del Encina como compañero de viaje, en un barco veneciano con otros doscientos peregrinos. Visitó Jerusalén, Belén y Nazaret. Como era de esperar, tuvo que superar la animadversión de los lugareños sarracenos contra los españoles. Fue armado caballero del Santo Sepulcro,5 lo que sin duda supuso el culmen de su carrera caballeresca. Seguramente supo en Jerusalén, si no lo sabía ya, que un cruzado peregrino alemán, Juan de Wurzburgo, había realizado en 1165 el recorrido desde el pretorio al Calvario,6 un peregrino cruzado que había conocido de primera mano la iglesia que los templarios estaban edificando en el lugar del Templo de Salomón a Santa María de Letrán (de los Latinos)7 y el establecimiento que los hospitalarios de San Juan habían construido para albergue y hospital de peregrinos.8

Al regreso, Fadrique visitó al maestre de los sanjuanistas en su sede de Rodas9 y llevó a cabo un periplo por Italia, empapándose de cultura renacentista. Compró esculturas, libros, monedas, tapices… además de bulas, licencias, privilegios, prerrogativas e indulgencias. Y encargó las sepulturas de sus padres. Dejó testimonio de su viaje en su libro Desde Sevilla a Jerusalén, en el que contó con la colaboración en verso de Juan del Encina.10

En 1521, con una concesión del papa Clemente VII, inauguró en Sevilla la devoción de imitación de la Vía Dolorosa, germen de nuestra Semana Santa. El primer Vía Crucis sevillano comenzó en la capilla de las Flagelaciones de su palacio de la collación de San Esteban. Y el Calvario era la Cruz del Campo, el templete que levantara el asistente Diego de Merlo en 1482 para sustituir el humilladero de madera de la huerta de los Ángeles, construido en 1380 por la cofradía de negros fundada por el arzobispo Gonzalo de Mena, que también fundó la cartuja de Santa María de las Cuevas. La cofradía felizmente pervive, conocida hoy como de “los Negritos”, con el Cristo de la Fundación y la Virgen de los Ángeles, en demostración histórica de que Sevilla siempre ha sido tolerante con el que se integra.

Según una tradición, Fadrique trajo también piedras de la lapidación de san Esteban ante la puerta jerosolimitana, luego llamada de los Leones, que conduce a la Vía Dolorosa y que también es identificada por el nombre del protomártir.

Fadrique amplió y enriqueció su palacio de San Esteban  –ya para siempre “Casa de Pilatos” –, y lo hizo presidir, como el castillo de Bornos, por la Cruz de Jerusalén. Así, bajo un signo antiguo relacionado con santa Elena, con las Cinco Llagas de Cristo y con la cofradía del Santo Sepulcro, entró el Renacimiento italiano en Sevilla, una ciudad a la que acudían ingentes riquezas desde que obtuviera el monopolio del comercio con Indias a principios del siglo, y que se acogió al mito de la “Nueva Roma” para ocultar su pasado musulmán.11

El marqués de Tarifa murió en 1539 sin ver terminado el hospital de las Cinco Llagas o de la Sangre que había sido iniciativa de su madre, aunque dejó en su testamento dinero más que suficiente para concluir la obra, y también para realizar los sepulcros de la familia.12 Fue sepultado con el hábito de Santiago,13 lógicamente, en la Cartuja, con tierra de Getsemaní, junto a su familia, y muy cerca del lugar por donde había pasado, en vida y ya muerto, Cristóbal Colón. Y “toda la ciudad acudió a su entierro”.14 Muchos de sus enseres se vendieron para costear el hospital y sus libros pasaron a la Cartuja, cuyos monjes fueron sus albaceas. Hoy, el Hospital de las Cinco Llagas, también presidido por la Cruz de Jerusalén cuyas cinco cruces representan las cinco llagas de Cristo, es sede del Parlamento de Andalucía, y la Cartuja de Santa María de las Cuevas, recuperada por la Expo 92, es sede del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico.

Casi un siglo después de muerto Fadrique, en 1625, la descendiente marquesa de Tarifa se casó con el duque de Medinaceli y el marquesado revirtió en el ducado en la persona del hijo de ambos, Juan Francisco de la Cerda y Enríquez de Ribera. Pero a propósito de Medinaceli y del ducado vamos a hacer un poco de historia.

Según la tradición cabalística, Salomón sintetizó todo el conocimiento del universo, la fórmula de la creación y el nombre secreto de Dios en un jeroglífico grabado en un mueble: la llamada Mesa de Salomón, custodiada en el Templo de Jerusalén. Cuenta la leyenda que la Mesa, tras muchas vicisitudes tras la destrucción del Templo, se hallaba en la toledana “cueva de Hércules” y que, ante la invasión musulmana, pudo ser evacuada a tiempo y llevada a Ocilis, cerca de Soria. Luego, el caudillo Tarik, aunque no pudo hallar la Mesa, bautizó la ciudad como Medina-al-Shelim, la Ciudad de Salomón. Y finalmente, cuando los castellanos conquistaron el lugar, cristianizaron su nombre como Medina Coeli, Ciudad del Cielo. Esta ciudad no es otra que la actual Medinaceli, preciosa localidad de la provincia de Soria,15 orgullosa de su pasado desde los tiempos de los romanos.

Una de las mercedes del triunfante Enrique II de Trastámara fue crear en 1368 el condado de Medinaceli en la persona de Bernardo de Bearne (hijo bastardo del francés conde de Foix y, por lo tanto, sin fortuna), que había ayudado a Bertrand du Guesclin en la campaña de Enrique contra Pedro I.

Du Guesclin para los franceses es como el Cid para nosotros. Sus intervenciones fueron decisivas para el futuro de Europa.

Hay fuentes que le relacionan con el Temple, sobre la tesis de que Jacques de Molay, antes de morir en la hoguera, entregó el maestrazgo a Johannes Marcus Larmenius, con lo que Bertrand habría sido el quinto gran maestre neotemplario.16 En cualquier caso, es general la atribución de un espíritu templario a Du Guesclin y a sus Compañías Blancas, lo cual puede hacerse perfectamente extensivo a Bernardo de Bearne, como también es el caso de Juan III de Bethencourt, padre del conquistador de las Canarias Juan IV.17

¿Por qué solicitó el de Bearne el enclave de Medinaceli y no otro? ¿Conocía la leyenda de la Mesa de Salomón?

Bernardo contrajo matrimonio en Sevilla con Isabel de la Cerda Pérez de Guzmán, nieta de Guzmán el Bueno y heredera de Fernando de la Cerda, el hijo mayor de Alfonso X el Sabio. Al morir Fernando antes que sus dos hijos, los Infantes de la Cerda, el mayor de estos luchó por el trono sin éxito hasta que, ya sexagenario, reconoció como rey a Alfonso XI, a cambio de la importante donación de territorios, los llamados “señoríos de la recompensa”. Y el condado ascendió después a ducado, por decreto de Isabel la Católica.

A mediados del siglo XX, la duquesa de Medinaceli y marquesa de Tarifa, Victoria Eugenia Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa, fundó junto con catorce cofradías sevillanas la Pía Unión para restablecer la devoción del Vía Crucis a la Cruz del Campo, colocándose entonces los primeros azulejos de las estaciones. Luego, en 1995, ha habido que reponerlos, también con intervención directa de la duquesa, presidenta de la Pía Unión. En la actualidad se celebra cada cuaresma el Vía Crucis, pero dentro de la propia Casa de Pilatos, en un piadoso y exquisito ambiente sevillano y cofrade. En 2013 falleció la duquesa.

Cerca está la iglesia de San Esteban, cuya fachada a los pies de la nave, a la calle Medinaceli, es tal vez la mejor portada gótico-mudéjar de Sevilla. Allí reside la hermandad de San Esteban, uno de cuyos titulares de san Juan de Ribera, de la misma familia ducal. Y el motivo del palio de la Virgen de los Desamparados es la fachada de la Casa de Pilatos, que parece sugerir al capataz a mandar “¡al cielo!”.

Y luego está el también cercano Cristo de Medinaceli, Nuestro Padre Jesús Cautivo y Rescatado, del que ya hablaremos otro día.



1. JM para Asociación Albariza, Cultura y Naturaleza. Don Fadrique Enríquez de Ribera, un puente hacia el Renacimiento (La ciudad a través de sus personajes. VI)
2. Ibid. 1
3. Eran relajados al brazo secular los reos que habían sido condenados por la Inquisición, encargándose el poder civil de las ejecuciones en la hoguera.
4. Ibid. 1
5. García Martín, Pedro. La Odisea del Paraíso. La peregrinación a Jerusalén de Don Fadrique Enríquez de Ribera (Revista Arbor)
6. Carrero Rodríguez, Juan. Anales de las cofradías sevillanas
7. Alarcón Herrera, Rafael. La maldición de los santos templarios
8. Demurger, Alain. Caballeros de Cristo: templarios, hospitalarios, teutónicos y demás órdenes
9. La Orden de los Caballeros Hospitalarios de San Juan tuvo que abandonar la isla en 1522 ante Solimán el Magnífico. En 1530, Carlos V les concedió la isla de Malta y desde entonces es conocida como la Orden de Malta.
10. González Moreno, Joaquín. Desde Sevilla a Jerusalén, con versos de Juan del Encina y prosa del primer marqués de Tarifa
11. Lleó Cañal, Vicente. Nueva Roma
12. Ya había fundado Catalina de Ribera un primer hospital de las Cinco Llagas del Señor para “cura de mugeres” en la collación de Santiago.
13. Ibíd. 1
14. Ibid. 9
15. Alarcón Herrera, Rafael. La otra España del Temple
16. Carreño, Lucía. Bertrand du Guesclin y sus Compañías Blancas
17. Almazán de Gracia, Ángel. La Candelaria templaria de Tenerife, donde a Alarcón Herrera, Rafael, autor de La última Virgen Negra del Temple. Se recomienda la lectura del artículo Las cruzadas del medio milenio tras el primer milenio de Cristo, de esta misma serie.


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