jueves, 5 de diciembre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (13: AL FIN, LOS ORÍGENES; POR FIN, EL MAR)

En 1924, Armando de Soto Morillas compró la casa del número 60 de la calle Zaragoza. Por razones y motivaciones últimas que no conocemos, quería recuperar lo más fielmente posible su aspecto anterior a la reforma del siglo XIX, la fisonomía de cuando fue priorato del Temple o, al menos, de cuando fue convento carmelita. Y encargó la reforma a Vicente Traver (1), quien devolvió a la vieja casa de la Pajería su aire medieval, señorial y severo, y reconstruyó, tras el zaguán, el patio que pareciera de alcorza a santa Teresa.

La casa tiene el detalle peculiar de contar hasta la primera planta, en su fachada principal, con trece huecos, entre puertas y ventanas, entre los que no hay dos iguales, y con otros nueve huecos, también diferentes, en su trasera. Soto colocó en la fachada principal el escudo heráldico de su apellido. Hay que decir que la morada cuenta con una extraordinaria colección de puertas y herrajes antiguos.

Hacía dos años que en el término de Trigueros, en la finca “La Lobita”, propiedad de Armando de Soto, se había descubierto por unos trabajadores un dolmen del neolítico, del tercer milenio a.C. El dolmen de Soto, como es conocido desde entonces, es uno de los más importantes de Europa y pertenece en la actualidad a la Junta de Andalucía. Está orientado al Este, de manera que el atrio permite registrar los equinoccios y solsticios y observar el cielo. Los primeros rayos del sol en el equinoccio de primavera llegan hasta la cabecera, a lo largo de veintiún metros y medio.

Este espléndido monumento megalítico testimonia el culto a los antepasados, pero también a la madre tierra, a la femineidad, a la fertilidad, a la fecundidad, a la regeneración y a la purificación espiritual. Hay una enigmática piedra, que es representación de un cuerpo de mujer con la parte de la cabeza hincada en el suelo. Y hay un deambulatorio alrededor del túmulo circular de 75 metros de diámetro, testimonio del crómlech originario, que sin duda responde al mismo principio que inspiró a los templarios de Eunate.

En Trigueros, los caballeros del Temple, en buena armonía con los antonianos, construyeron una magnífica iglesia gótica aprovechando y respetando los muros de la fortaleza almohade, y la dedicaron a san Antonio Abad, el asceta y eremita egipcio del siglo III que se apoyaba en un bastón en forma de tau (2) y llegó a los 105 años. El santo, con la tau en el pecho, es el patrón de Trigueros, el protector de los ermitaños y los enterradores y también, como san Antón, el protector de los animales.

Hay que hablar de la tau, la última letra del alfabeto hebreo y la decimonovena del griego, pero también un símbolo de vida eterna, heredero de la cruz ansata egipcia, en la que también está el disco solar. Incluso había sido símbolo de Mitra, el dios solar de los persas. Según la profecía de Ezequiel es el signo de los que  “lloran y gimen por todas las abominaciones que se cometen” (3), y según el Apocalipsis de san Juan es el de los elegidos para la salvación en el Juicio Final (4). La tau es signo de regeneración. En Egipto, el sonido “t” al final de la palabra conformaba el femenino.

Los Hermanos Hospitalarios de San Antonio, llamados antonianos, atendían a los leprosos y a todo tipo de desheredados por la salud, y sobre todo a los enfermos del fuego de san Antón, el mal provocado por consumir pan de centeno afectado por el cornezuelo. En la Edad Media, este mal era tan frecuente entre los que no podían permitirse el pan de trigo, que se crearon hospitales, en los que los antonianos, con la tau en el pecho, cuidaban y enterraban a estos desgraciados. La devoción a san Antonio Abad tuvo, como es lógico, mucha importancia en la Edad Media e incluso después. En Castrogeriz, el Camino de Santiago atraviesa las ruinas del Hospital de San Antón. En Sevilla, la iniciativa real fundó en la calle de Armas el hospital Casa de San Antón, junto a la actual iglesia de San Antonio Abad, donde reside la Hermanad del Silencio, que luce la tau, la cruz primigenia, junto a la Cruz de Jerusalén.

La tau, que es hoy emblema del castillo templario de Ponferrada, fue la cruz esotérica de estos freires, que la usaron discretamente como signo de conocimiento de tradiciones arcanas, de cuando el hombre empezó a observar el cielo y a estudiar el ciclo anual a partir de la constelación de Tauro.

Así que en Trigueros estamos ante los orígenes, ante la Madre Tierra, en un lugar de poder telúrico y de culto ancestral, como tantos otros asentamientos de los caballeros del Temple.

La templaria Trigueros era un hito en la ruta desde Xerez de Badajoz y Fregenal de la Sierra hasta La Rábida… y el mar. Los templarios estaban determinados a alcanzar el mar, y concretamente el Océano Atlántico. ¿Por qué? ¿Para moverse por el Mediterráneo? Ya estaban posicionados en Aragón. ¿Para ir al norte? Tampoco tiene sentido. Dejémoslo ahí.

En la orilla izquierda del río Tinto, justo donde este desemboca en el Odiel, y frente a la isla de Saltés, en la peña de Saturno, hubo un altar fenicio para Baal y luego otro romano para Proserpina. Existió más tarde un ribat, especie de convento fortificado musulmán, y tras la conquista cristiana el lugar fue entregado al Temple, junto con Saltés. Y en ese lugar, denominado La Rábida, está ahora el convento franciscano que alberga la imagen de alabastro de la Virgen de los Milagros, Santa María de La Rábida, venerada desde el siglo XIII por los templarios. Según testigos de la leyenda (5), la virgen encontrada allí era morena y fue aclarada después. Por cierto que también los franciscanos llevan la tau desde que san Francisco de Asís hizo de ella su señal.

A finales del siglo XV, desde La Rábida había preparado su cruzada Cristóbal Colón, el mismo que había contraído matrimonio con la hija del maestre de la portuguesa Orden de Cristo, heredera del Temple, y que había recogido el conocimiento de los mapas atlánticos de la templaria escuela de Sagres (6); Christophorus Columbus, el palomo portador, como su propio nombre indica, de Cristo y de la paz. Del cercano puerto de Palos partieron las carabelas con la cruz templaria en sus velas…



(1) Vázquez Consuegra, Guillermo. Sevilla cien edificios
(2) Vorágine, Santiago de la. La leyenda dorada
(3) Ezequiel, 9:4
(4) Apocalipsis, 7
(5) Gómez Marín, José Antonio. Vírgenes onubenses
(6) Marino, Ruggero. Cristóbal Colón, el último de los templarios


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